FORT LAUDERDALE
Por En USA news
Cuando una gran amiga se nos va
Antonia Victoria se nos marchó el domingo 24 de noviembre dejando un legado ejemplar para sus hijos, nietos y bisnietos. Fue una gran mujer trabajadora, Católica y dedicada a su Legión de Maria en la Iglesia de St. Vincent en Margate. Amiga sencilla y espontánea, muy atenta en su casa y siempre mostrando cariño y compasión hacia quienes la rodeaban. El pasado 30 de noviembre, tuvimos la oportunidad de compartir sus vivencias fijadas en fotografías y videos que narraban su historia a través de todos sus años de vida, muy bien llevados y disfrutados. No es un adiós amiga, solo un hasta luego.
Antonia Victoria, una devota católica y querida matriarca, falleció en paz, dejando atrás un legado de amor, fe y resiliencia. Nacida en la República Dominicana, la vida de Antonia estuvo profundamente marcada por su fe inquebrantable y su profundo amor por su familia.
En mayo de 1965, en medio de la agitación de la Revolución Dominicana, también conocida como la Revolución de Abril, Antonia y su esposo, Luis F. Victoria, tomaron la valiente decisión de buscar una vida mejor para su familia. Con su hijo recién nacido, Luis G. Victoria, emigraron a la ciudad de Nueva York con esperanza en sus corazones y la promesa de apoyar a sus seres queridos que habían quedado atrás.
La profunda pasión de Antonia por su fe católica la guió durante toda su vida. Dondequiera que viviera, buscaba la iglesia más cercana y se convirtió en miembro activo de la Legión de María. Su dedicación a la oración y al servicio no solo fortaleció su camino espiritual, sino que también inspiró a quienes la rodeaban.
Juntos, Antonia y Luis construyeron una vida llena de amor y devoción, criando a cuatro hijos: Luis G., Elizabeth, John y Peter. A través de su cariñosa atención, inculcaron valores de fe, trabajo duro y compasión, criando una familia de profesionales que luego impactarían sus comunidades.
Su espíritu de generosidad se extendió mucho más allá de su familia inmediata. Antonia jugó un papel fundamental al ayudar a otros miembros de la familia y amigos a migrar a los Estados Unidos, ofreciéndoles la oportunidad de un futuro mejor. A pesar de sus muchas responsabilidades, siempre encontró tiempo para cuidar a sus nueve nietos y dos bisnietos, asegurándose de que ellos también crecieran con la fe y el amor en el centro de sus vidas.
Cuando no estaba en la iglesia o en oración, Antonia encontraba alegría en los placeres simples de la vida. Le encantaba cantar y escuchar música clásica: boleros, mariachis, cumbia, norteño y romántica eran sus favoritas. Sus noches a menudo las pasaba viendo telenovelas españolas, programas de juegos como El precio justo e incluso lucha libre, lo que le brindaba entretenimiento y risas sin fin.
La vida de Antonia fue un testimonio del poder de la fe, el amor y la perseverancia. Su legado sigue vivo en los corazones de aquellos a quienes tocó, un recordatorio de su naturaleza compasiva y su devoción inquebrantable. La extrañaremos profundamente, pero su familia, sus amigos y todos los que la conocieron la apreciarán por siempre.
A los 82 años, que su alma descanse en paz eterna.